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DESDE LA AVENIDA Juan Ferrer

La factura de la cobardía se está pagando en Cataluña

24 de noviembre de 2015

Toda persona sensata, con poder de raciocinio y capacidad de reflexión, se hace cruces con lo que está aconteciendo en Cataluña. Una situación que si no fuera como es, gravísima y preocupante en cuanto a soluciones de concordia, entraría de lleno en el esperpento, en el disparate, en la comedia bufa o la astracanada más grosera. Un puñado de enajenados, que llevan años ciscándose con lo español, manipulando toscamente la historia, arrinconando la lengua que nos une, ignorando sentencias de los más altos tribunales y dedicándose a chantajear sistemáticamente al gobierno central, han puesto Cataluña al borde del precipicio, cuyo abismo veremos como se elude. Porque aquí el problemón radica en como se acierta para salir del embrollo en que todos, catalanes y españoles, estamos metidos.

Pero no conviene engañarse: Todo éste proceso ha sido llevado a cabo durante años de gestación con la complacencia, cuando no el apoyo decidido y servil, de la clase empresarial catalana. Al menos de su inmensa mayoría.

En Cataluña, los empresarios y sus entidades representativas han jaleado, alentado y financiado muchos despropósitos soberanistas. Se han puesto de perfil frente a dislates políticos que demandaban rechazo enérgico. Han hecho oídos sordos a las llamadas de cordura que aconsejaban atemperar la locura secesionista.

Ahora, cuando Cataluña está en un callejón de difícil escape, y los antisistema imponen condiciones y exigencias políticas inasumibles, propias de quienes viven en otra realidad social, comienzan a escucharse voces empresariales diciendo basta, mandando parar, recomendando cordura. En algunos casos son voces que hablan alto y claro, pero son las menos; en otros son voces tímidas, amedrentadas, que tratan de no encolerizar al poder, de jugar la carta de la indefinición, de nadar entre la defensa de sus intereses, la pela es la pela, pero sin molestar demasiado a los que mandan.

Esta última es la táctica que ha prevalecido durante un montón de años en la clase empresarial catalana. Un clase, con fuste económico como la que más, con potencial, ideas y visión para expandirse y triunfar, que, sin embargo, ha sido mojigata, pusilánime y falta de arrestos para enfrentarse a los cuatro descabezados, que en principio no pasaba de ahí, que tras años de proselitismo han formado sus legiones y conseguido su objetivo: llevar a Cataluña al despeñadero. La cobardía, tarde o temprano, pasa factura. Y hay que pagarla.