Grandes empresarios del juego, algunos tristemente desaparecidos, confesaban con orgullo que su formación no había sido otra que la adquirida en la universidad de la calle. Fue alli donde se doctoraron en disciplinas variadas pero aleccionadoras. Y reconocían haber aprendido la tira, acumulado experiencias de todo tipo, sufriendo reveses que contribuyeron a la forja de la personalidad y haciendo del sentido de la observación un ejercicio esclarecedor para adoptar iniciativas y desbrozar caminos de actuación personal.
La calle es escuela de vida. Desde muy joven he sido un amante empedernido del callejeo, del perderme por los rincones de mí ciudad, por sus barrios antiguos, por sus plazas de las que se desprende un aroma de siglos y en las que puedes sentarte en un banco para ver discurrir la vida a tu alrededor. Allí, en un escenario silente, eres testigo privilegiado de numerosos actos que te muestran con naturalidad los múltiples avatares de la existencia humanas. La del pensionista que acaba de salir del banco con la pensión y corre presto al kiosko para comprarle una chuchería a su nieto. La del ama de casa que confiesa a su amiga que el presupuesto de la cesta de la compra se le queda cada día más corto. La del estudiante que aspira a ser funcionario y anda dándole vueltas a su carpeta para repasar los apuntes de la clase. La del inmigrante aparcacoches que muestra su mejor sonrisa cuando la propina recibida alcanza los dos euros. La de los niños que salen del cole y nos ofrecen una lección permanente de inocente alegría y futura esperanza.
Podríamos enumerar cientos de estampas más que tienen la calle como escenario que refleja el día a día de comportamientos y actitudes. Porque en la calle se habla, se cruzan saludos y opiniones, se sellan compromisos, se discute y se reflexiona y en definitiva se deja testimonio del latido de una sociedad que hace de sus vías urbanas un tablado de la comedia global, o el drama, de la que todos somos figurantes y algunos destacados protagonistas.
Quiero seguir disfrutando de la calle para empaparme del calor de su ajetreo cotidiano, de su pálpito lírico, de las innumerables lecciones que se extraen de observar a quienes pueden ayudar a hacernos mejores. La calle, fuente de saberes de todo significado, buenos y malos. Lo inteligente es saber discernir y en consecuencia actuar. Esa es su grandeza.