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DESDE LA AVENIDA Juan Ferrer

Muy pronto: bingo con diecisiete nombres diferentes

9 de junio de 2016

Uno de los males que aquejan a España como país, que son varios y algunos de diagnóstico grave, radica en la excesiva cesión de competencias a las administraciones autonómicas. Los gobiernos de las distintas comunidades se han convertido de facto en reinos independientes del poder central, al que hacen frente, contra el que despotrican y al que suelen burlar cuando las disposiciones de rango estatal no les interesan. Gobiernos engordados con asesores y funcionarios contratados a dedo, que gastan con tanta alegría como irresponsabilidad y se muestran celosos de lo que hace el vecino e ignoran, en no pocos casos, lo que significa la solidaridad interterritorial. Delante del espejo contemplamos a diecisiete pequeños mostruitos que han ido pegando mordiscos al gigante, que ha ido debilitándose, perdiendo peso y energías y hasta siendo objeto de burla por su nula capacidad de reacción.

Con ésta radiografía sombría de la España de hoy, trazada sin exageraciones, parece de chiste que en el juego se nos llene la boca repitiendo la cantinela de que hay que ir a la unificación regulatoria, al menos en lo esencial. Que hay que acabar con el caos normativo que establece fronteras dispares y absurdas entre un bingo o un casino y los situados diez kilómetros más allá. Que es preciso imponer un poco de orden, y sobre todo sentido común, en tanta hojarasca administrativa que hace distinto al bar de un pueblo respecto al que sirve cafés nada más traspasar los lindes autonómicos. Para cuyos cruces todavía no se exigen ni pasaportes ni abono de peajes. Pero todo llegará. 

Hablar de armonizaciones reglamentarias cuando se implanta un nuevo producto de juego y cada autonomía, por el simple hecho de distinguirse, le aplica una denominación diferente. Y un ejemplo lo tenemos en las máquinas de videobingo. Nacen en Andalucía con un distintivo y según se autorizan en otros territorios va modificándose su nomenclatura. Es una forma infantil de no querer coincidir con el vecino, de romper cualquier atisbo de unanimidad coincidente. El colmo de la estupidez en suma.

Ahora tenemos otra pista de la anarquía en materia de normas fomentada desde las propias administraciones con el llamado bingo electrónico de sala. Está aprobado en tres comunidades y cada una de ellas ha elegido un nombre propio para idéntico producto. Para que vean si hay imaginación, inventiva y gracia en los gobiernos autóctonos.

Por el camino que vamos, que no acierto a predecir hacia donde nos lleva, pero seguro que no nos permitirá conquistar la meta de la sensatez, el bingo, dentro de unos pocos añitos, no demasiados, será conocido por diecisiete nuevos nombres, muy originales eso sí, en un estado que tal vez siga siendo conocido como España.