El bingo de Madrid está en sus horas más bajas. En una situación de desgaste económico persistente que se lleva por delante salas y puestos de trabajo. No hay visos de recuperación y la crisis en la que se encuentra inmerso hace sonar todas las alarmas. En cuarenta años largos, desde 1981, han cerrado cerca de cien establecimientos dato que habla por sí sólo de una cuesta abajo imparable.
Había esperanzas de recuperación tras la debacle que supuso la pandemia. Y no ha sido así. Se continúan registrando descensos del 16% en ventas respecto a 2019 de acuerdo con los informes facilitados por ASEJU. El panorama, por tanto, pinta con tonos sombríos si no se implementan medidas reactivadoras.
En ASEJU se ha jugado la carta de tratar de atraer a un segmento de público joven a las salas, dado que la clientela habitual ha ido envejeciendo sin ser objeto de renovación. Pero éste no deja de ser un proceso lento que demanda de tiempo e inversiones. Y el sector de Madrid hace una llamada de auxilio que requiere de respuestas rápidas.
Una situación de la naturaleza descrita por ASEJU, que aglutina a la mayoría de empresas de la Comunidad, merece ser escuchada por la Administración. Con la que hay que hablar sin excesivas dilaciones, a la que deben plantearse propuestas serias y factibles, y la que está obligada atender a los representantes de un sector que si por algo se caracteriza es por su fiabilidad en cuanto se refiere al desarrollo y control de sus negocios.
Por el camino que lleva el bingo de Madrid amenaza con transformarse en una oferta de entretenimiento de carácter residual, personalizado en unas pocas salas. Para evitar que esto suceda Administración y empresarios deben ponerse a buscar soluciones factibles que pongan freno a la destrucción del sector. Que sería un suceso imperdonable.
