El presidente de Loterías y Apuestas del Estado, Jesús Huerta, maniobró recientemente para que una aseguradora no contratase con la ONCE, y hasta amenazó a las cadenas de televisión con retirarles la publicidad, que es un pastel extraordinariamente goloso económicamente hablando. En su momento y cuando fue nombrado para el cargo Huerta se negó a declarar la cuantía de su salario, que en la actualidad es de doscientos mil euros muy largos anualmente, y tampoco quiso responder a otras preguntas relacionadas con el funcionamiento de Loterías. Como comprobarán todo un alarde de prepotencia y desconsideración hacia quienes contribuimos al abono de sus más que suculentos estipendios.
No es de extrañar la actitud entre prepotente y desdeñosa del que está en la cima del mando de Loterías. Los monopolios como Loterías, que lo es y en grado muy sumo, suelen comportarse en sus relaciones externas con el rasgo dominador de aquéllos que gozan de vía libre para desarrollar sus actividades sin que nadie les tosa. Y de ésa especie de endiosamiento son partícipes entusiastas y ejercientes los que están al frente del monopolio en cuestión. En éste caso Jesús Huerta que no disimula, ni por un mínimo decoro institucional, sus aires altivos y su propensión al ordeno y mando.
Tras sus mensajes publicitarios de corte familiar y lacrimógeno, que suelen jugar con los sentimientos de la ciudadanía. Tras sus tiernas invocaciones a la entrañable unidad familiar y al mensaje de paz navideño para vender décimos, Loterías y Apuestas del Estado no deja de ser un monopolio cada vez más avaricioso, más insaciable y más tremendamente engañoso con sus propuestas. Y su presidente, un brazo ejecutor dominante.
