La ONCE infatigable en sus campañas de publicidad y marketing. Que nos vende el cuponazo, los rascas, los sueños, los sueldos, los viajes, los cruceros. La ONCE que se pone el traje de gala para que disfrutemos de la hostelería, donde en bares y restaurantes a cualquier hora y en cualquier instante están sus vendedores. La ONCE que conmemora en sus cupones el día del medio ambiente, el del roble, el del papá y la mamá y el del Santo de la lsidra. La ONCE que agobia, satura, carga y escandaliza con sus alardes propagandísticos fruto de inversiones multimillonarias, con sus mensajes almibarados, con ése juego de fantasías que se trae, con ésos camelos cargados de moralina que no tienen otra finalidad última que aumentar sus ventas, algo que están consiguiendo como ningún otro sector dedicado a las prácticas de azar entre los que la Organización Nacional de Ciegos ha cobrado una considerable ventaja.
Aquí todo el mundo se llena la boca con lo del juego responsable. Y la ONCE también faltaría más. Pero me da la impresión de que en su caso lo hace con la boca pequeña. De otra manera no se acaba de entender ésa apelación a la responsabilidad por un lado mientras por otro arrecian a todo trapo las acciones publicitarias cuyo argumentario es todo un ejercicio de trampas seductoras e incitantes que tienen mucho de engañabobos y que invitan de manera tan reiterada como impúdica a sacarle los euros al personal.
Que si, que conocemos la obra social de la ONCE. Pero ello no justifica en modo alguno que tras ése manto se cobije una organización que traspasa todos los límites del comedimiento en su propaganda y en sus prácticas de venta. Una ONCE que de competencia desleal sabe un huevo.
