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DESDE LA AVENIDA Juan Ferrer

Los cuentos de la lechera en el juego

23 de noviembre de 2015

En el negocio del juego nos tratan de vender con frecuencia el cuento de la lechera. Proyectos fantásticos, millones a granel y riqueza a raudales son mercancía que cuela de matute en los medios informativos generalistas y cala en la opinión pública. Estamos cansados de oir historietas disparatadas, que no resistían un análisis de lo más elemental, y que han servido para alimentar sueños imposibles, provocar falsas expectativas y hacer germinar esperanzas con el riego falso de las mentiras.

Si miramos hacia atrás nos encontramos con aquél proyecto fabuloso destinado a convertir el desierto de Los Monegros en un oasis de lujo y oro que daría a Aragón brillo dorado y dimensión universal. ¿ Y que decir de la ruta de Don Quijote que sembraba las tierras de Castilla La Mancha de, además de molinos de viento, mesas de póker, ruletas y euros y dólares bailando sin cesar al aire de las aspas molineras ? Por no hablar de Las Vegas 2 a las puertas como quién dice del Oso y el Madroño, con superlujos para dar y ofrecer en forma de hotelones, casinos y putas ( esto último según la izquierda que, al parecer, sabe mucho del asunto )

Lo más reciente está en el megacuento Barcelona World, con entrada y salida del magnate Enrique Bañuelos, al que conviene tomarle la matrícula por si acaso, y sobre cuyas fantasías se llevan escritos ríos de tinta que, por el momento se quedan en palabras, palabras y más palabritas.

Lo último es lo de la Marina Real en Valencia. Quieren hacerse hoteles de seis estrellas, ¿ y porqué no de siete u ocho ?  Y casinos a los que está previsto que asistan, trasportados por sus yates de ensueño y griferías de oro, los que encabezan los ríos de la plata en el Forbes. Un cuento más, producto de ésas imaginaciones desbordantes que tratan de impactarnos, e ilusionarnos, con sus relatos inflados por la magia de lo irreal que siempre encuentra su público.

En el juego ha habido quién ha vivido del cuento y de vender humo. Y no es de extrañar por tanto que, de tarde en tarde, las mil y una noches se queden cortas ante las invenciones calenturientas que nos quieren endilgar.