No escuche la entrevista de Alsina en Onda Cero con el presidente del gobierno. Tampoco hizo falta. A lo largo del día recibí bastantes mensajes depositados en mi teléfono móvil dando cuenta de los principales pasajes dé la conversación.
En una entrevista periodística el interés se centra en la perspicacia de la pregunta y la agilidad mental e inteligencia de la respuesta. En lo de Alsina toda la intención, todo el mérito, toda la curiosidad cayó del lado del periodista. Las contestaciones del presidente, acorralado en términos verbales, se limitaron al regateo dialéctico para tratar de eludir, inútilmente hay que decirlo, la realidad de sus propias mentiras y de sus traiciones políticas.
La columna vertebral de la charla estuvo en las preguntas. Las que habrían querido hacerle unos cuentos millones de españoles. Y las hizo Alsina mediante un ejercicio de naturalidad, de cercanía, sin afectaciones y con la tranquilidad que confiere estar poniendo el dedo en la llaga de la verdad, el erigirte en portavoz de lo que están pensando y sintiendo muchísimos ciudadanos. Toda una lección, a mi saber leer y entender, de un periodismo directo, sin engolamientos ni circunloquios, que fue poniendo las cosas en su sitio y acorralando a un presidente al que no le quedó otra salida que reconocer sus "cambios de posición" que fueron un simple eufemismo tratando de justificar sus embustes.
Lo de Alsina fue entrar en un universo periodístico riguroso que tomó el pulso a la realidad política y a su principal protagonista. Nada que ver con las entrevistas del periódico global y su emisora asociada que se realizan mediante guión previamente pactado, masaje verbal incluido, para mayor gloria del personaje. Me quedo con Alsina y su verdad.
