Hay que celebrar que en un salón de juego de Bilbao se haga una tortilla para chuparse los dedos. Una de ésas tortillas elaboradas con el mimo que nuestras abuelas ponían en una creación culinaria que une a su sencillez todo un tratado de buen hacer. Lo que conviene subrayar de éste hecho, con ser notable y digno de trascender a la opinión pública, es que no adquiere la condición de excepcional. Lo que quiere decir es que la tortilla de marras será cojonuda y no diré yo lo contrario, pero que al margen de éste acto concreto resulta que bingos, casinos y salones están avanzando y mucho en materia gastronómica de un tiempo a ésta parte. Que los empresarios de dichos locales han caído en la cuenta de que un paladar tratado con un cierto sentido de la exquisitez será agradecido y responderá con la moneda de la fidelidad llegado el momento de distinguir y seleccionar su asistencia a un local de juego.
Por lo expuesto no es de extrañar que el sector se preocupe cada día más por elaborar una carta tan apetitosa como bien trabajada, utilizando para ello productos de calidad y sobre todo mano maestra para imprimir a su cocina un toque de sabor de buena ley extraído de ése recetario casero que tantas delicias suele deparar.
Al abordar la cuestión gastronómica recuerdo un almuerzo que tuve la oportunidad de degustar en la sala de bingo más grande de Buenos Aires capital federal. Aquél bife de chorizo criollo, acompañado de la empanada típica de allá, resultó todo un festín gratísimo que todavía recuerdo con evidente fruición.
Tortillas antológicas aparte, no cabe duda de que nuestros locales de juego se vienen esmerando cada día con mayor intensidad en fidelizar la clientela mediante una invitación al bien yantar que desprenda aromas y sensaciones propios de la añorada cocina de la abuela. Una cocina que nos condecoraba el estómago y nos elevaba el ánimo hasta extremos difícilmente inigualables. Que de platos estupendos, madre mía…
