De vez en cuando nos llegan noticias del indomable Manuel Lao Hernández. Del huracán Lao. Que si ha comprado esto, ha invertido en lo otro o está promoviendo un nuevo negocio. Lo cierto es que el personaje en cuestión, que lo es grande y mucho por estatura empresarial, sigue sin darse respiro y haciéndolo lo que ha venido prodigando a lo largo de su vida: derrochando ganas de emprender, de pelear, de barajar ideas y poner el ojo y el dinero en proyectos de negocio.
Si alguien pensaba que Manolo se iba a tomar la siesta bien ganada del que tiene el riñón más que cubierto andaba listo. Lao pertenece a la estirpe de los luchadores, de los que no se conceden descanso ni altos en el camino. Porque desde chaval conoció la dureza de la vida, sus aristas y golpes bajos, y optó por la senda del ganarás el pan con sudor y sacrificio, a la que se aplicó con audacia e inteligencia natural que le permitió levantar un imperio. Y ni abdicó de sus orígenes, ni del catecismo de esfuerzo, tenacidad y trabajo que le auparon a la cumbre de los triunfadores, en la que seguirá por derecho hasta el resto de sus días.
No le han faltado reveses, ni proyectos fallidos, ni sopapos económicos. Pero nada ha podido poner freno a la trayectoria empresarial de un tipo volcánico, vehemente, pasional, contradictorio e indomable. Verdadero huracán empresarial que llevó al juego español a tocar el techo más alto y que pertenece a ésa raza de empresarios que de la nada hicieron historia. Un gigante.
