Las ministras, y ministros, podemitas están exultantes. No caben en sí de gozo, respiran euforia y felicidad. No es para menos. Le apretaron las tuercas al presidente, le recordaron que sin su concurso el ejecutivo se vendría abajo con estrépito, y han adquirido la condición de intocables. Son los Eliot Ness de la política española. No importa que excepto la señora de Trabajo las otras dos y los otros no tengan apenas cometidos reseñables, no les agobie la tarea diaria que es más bien escasa. Aquí de lo que se trataba es de mantener el puchero en el fuego, de seguir chupando, y a conciencia, de la ubre del estado y de asegurarse, de paso, una jubilación dorada. Y han coronado sus anhelos con el mayor de los éxitos.
Son ministros con certificados que garantizan su continuidad. Por pura aritmética política. Por mantener en Moncloa al líder del partido sanchista. Y como la situación es la que es y no caben objeciones pues tampoco importa que los miembros podemistas del ejecutivo se vengan distinguiendo por su incapacidad manifiesta, por su inutilidad acreditada, por su ausencia de preparación y dotes para desempeñar, con unas mínimas garantías, los cometidos asignados.
Todo quisque sabe que entre los ministros podemitas unas están quemadas y otros abrasados. Pero el bombero de la Moncloa las y los ha rescatado del fuego devastador para que prosigan con sus muestras de analfabetismo, con sus tesis delirantes, con sus ocurrencias de sainete. Todo a la mayor gloria y perpetuación del inquilino de la Moncloa. Que se ha cargado a los suyos y salvado a los otros. Como para fiarse de semejante tipo.
