Autor

DESDE LA AVENIDA Juan Ferrer

Ayudas a los bares

21 de febrero de 2024

El ámbito rural español, donde se localizan cientos de pequeños pueblos que se desangran por la progresiva pérdida de población, va quedándose sin oficinas bancarias, sin cajeros automáticos, sin boticas y sin bares. En la mayoría de los casos la desaparición del bar del pueblo acaba con el único refugio para el entretenimiento, la partida de mus o dominó, la conversación que distrae y anima a los paisanos, el carajillo y la cerveza del mediodía con tapa casera incluida. El cierre del bar es un portazo más que dificulta la convivencia, que aísla las relaciones sociales y que tiende un manto de tristeza sobre lugares que van quedándose solos y desprotegidos en materia de servicios, víctimas de una desatención política que se traduce en un endurecimiento progresivo de la vida de sus residentes, la mayoría formada por personas de edad avanzada.

La Diputación de Burgos, lo publicamos días pasados, quiere ayudar económicamente a aquéllos comercios y bares que están en riesgo de cesar en sus negocios. La medida es digna de aplauso y el ejemplo debía de extenderse a lo ancho del país. Un pueblo sin bar es un sitio sin alma al que le han arrancado de cuajo la modesta sinfonía del alegre vivir cotidiano. Lo han dejado sin el televisor y la emoción compartida del partido de fútbol. Sin la apuesta de los chinos y el que pierde paga la ronda. Sin el manejo experimentado de la baraja y los juegos de miradas y los guiños que escenifican el pálpito emocionante de la tarde.

El bar es el faro que alumbra la sencilla distracción pueblerina. El punto elegido para explayar la convivencia, para hacerla más grata y menos aburrida. Pone unos gramos de esperanza en paisajes invadidos por el éxodo y la melancolía. Ayudar al bar es apostar por la alegría de vivir. Y sembrar brotes de ilusión en paisajes asolados que van perdiéndola.