Viví treinta o cuarenta años atrás otros tiempos del bingo en materia asociativa. Lo presencié todo en butaca de primera fila. Se dieron, en la época que relato, verdaderos pugilatos por alcanzar determinadas presidencias regionales. Y no faltaban las conspiraciones, los arrebatos personales y las traiciones que desembocaron en escisiones sonadas. Latía un pulso muy alto en la mayoría de asociaciones y ésa atmósfera se traducía en no pocas luchas soterradas que al final afloraban y arrojaban consecuencias no siempre deseables.
Como cronista del bingo por vocación estaba muy al tanto de aquéllos manejos. Me pegaba al teléfono a diario para escuchar a unos y otros y estar muy al tanto de los acontecimientos que iban produciéndose. Y llegué a mediar en varios casos en los que los encontronazos entre directivos amenazaban la estabilidad de más de una asociación.
Reconozco que fueron tiempos apasionantes. En el aspecto regulatorio había muchos fallos que enmendar y muchas aspiraciones empresariales, legítimas, pendientes de alcanzar. Por ello la función asociativa no estaba exenta de pasión, de enfrentamientos en ocasiones muy duros con los reguladores, algunos de ellos herederos de vitola autoritaria, que no ocultaban su aversión hacia el juego y sus protagonistas, algunos de los cuales no contribuían a la mejora de la imagen sectorial.
De aquéllas épocas convulsas pasamos desde hace unos años a la tranquilidad asociativa. A la repetición de mandatos sin oposición alguna. A la permanencia de directivos que gozan de una confianza unánime y, teóricamente al menos, no se han ganado enemigos. Más vale así. Uno, no obstante, evoca con su carga de nostalgia el tiempo de los cuchillos largos, que lo eran sólo en teoría, y que ponían de relieve que existía un nervio asociativo duro y potente que deparaba enfrentamientos difíciles de olvidar. Y que contribuyeron a resolver algún que otro problema. Son crónicas del ayer del bingo.