Replay, marca valenciana de salones de juego, ha optado por una forma singular de trasladar su actividad al público. Lo ha hecho a través de un rap, un formato musical que combina rima, habla rítmica y jerga. Un conocido empresario de Murcia, al cual tengo por inteligente y serio, me llamó recientemente porque discrepaba en el tratamiento informativo que le había dado a la iniciativa de Replay. Para él este poema urbano para nada "normalizaba la imagen del juego", sino todo lo contrario. La letra era una exaltación a la vida contemplativa, el dinero fácil y la explotación de mujeres de dudosa moral. No quité razón a algunos de sus argumentos, pero más que el contenido artístico lo valorable estriba en sacar del gueto a nuestra industria. Consideraba que en los tiempos actuales, con el acecho de Podemos y el resto de grupos de extrema izquierda, esta lírica callejera debería haber sido más contenida. He de reconocer que algunos estribillos rezuman vulgaridad -así es el rap- pero dudo que los podemitas usen su mensaje para atacar al juego.
Aplaudo a Replay por extraer del aislacionismo impuesto desde dentro de la industria a unos establecimientos de juego estigmatizados por la facción más sectaria de la política española actual. Y por contrarrestar la barra libre publicitaria de los juegos del Estado, copando las portadas de los diarios de tirada nacional alentando a jugar para obtener un barco o una vida edénica. Podemos no va a utilizar el rap de Replay en nuestra contra porque son ellos los que imploran por el mártir Valtonyc, aquel que jalea la matanza de Guardias Civiles o insulta al Jefe del Estado. Dicen que esto es libertad de expresión, una canción sobre un rapero rodeado de damiselas, dinero y juego, también y a todos luces menos ofensiva. La canción va dirigida a un segmento de público muy concreto – jóvenes afines a este dialecto músico-callejero, de barriadas obreras y de ideología liberal (muchos de ellos próximos al partido de Pablo Iglesias)- que representa una parte importante del tipo de cliente que se acerca a un salón. Pero no es la única. También acuden amas de casa, padres de familia o jóvenes aficionados a los deportes. Por tanto no es una representación absoluta del clima de un salón. Como no lo eran las canciones de Pimpinela de la felicidad de todos los matrimonios españoles.
No hagamos más análisis sesudos ni vivamos bajo la sombra del miedo. Ahora más que nunca hay que darse a conocer, de una u otra manera, porque el que calla otorga. Acciones como ésta u otras – el patrocinio de El Dorado a dos clubes de fútbol, por poner un ejemplo – son necesarias a día de hoy. Porque aquí cualquier mindundi saca punta de donde sea. Así que nosotros también.