El bingo ya no se asocia a un juego de azar para personas mayores. Pese a que su mecánica pueda resultar insípida, en comparación con las apuestas deportivas y las slots, la estructura de esta variante de azar la hace atractiva para una masa social más joven. La seducción estriba en dos componentes. Por un lado su carácter social. A diferencia de juegos online, el bingo propone una forma de diversión colectiva, de interacción entre sus jugadores que dota a esta modalidad de cierto encanto. Por otro lado, la importancia del servicio de hostelería. Jugar mientras se degusta una carta de platos y bebidas económica y bien elaborada es un aspecto a favor.
Recientemente una de nuestras colaboradoras, persona que no superaba la treintena de edad, me solicitó la recomendación de una sala de bingo en Valencia. Su petición me causó cierta perplejidad – mi círculo de amistades no suele frecuentar este tipo de establecimientos – y le nombré varios bingos. Finalmente me reveló que habían optado por la Sala Torrefiel porque se cenaba de maravilla, las copas eran baratas y pasabas un rato muy divertido previo a acudir a una discoteca o pub de moda.
Es ahí dónde el bingo debe incidir en esa fidelización de un tipo de jugador renovado. Los bingos se han desprendido de cierto aroma a naftalina que les acompañó durante algún tiempo. Ahora son establecimientos con una multioferta y sobre todo servicios de hostelería que por su relación calidad-precio resultan muy sugerentes para la economía no excesivamente boyante de un tipo determinado de público. Un momento lúdico combinado con un buen yantar favorece la asistencia cada vez mayor de esta clientela.
Aquí la campaña Bingo Experience está representando un gran avance. Hay que dar a conocer las virtudes del bingo y los alicientes de sus salas.