La izquierda política se autocalifica de progresista. Cada cual es libre de adjudicarse la etiqueta que considera más afín a sus pensamientos. Lo que sucede es que esto de las denominaciones es muy subjetivo y lo que para unos resulta un ejercicio de progresismo espectacular, de avance sin parangón, para otros no es más que conducta equivocada y reparto de miseria. Son por tanto dos ópticas de la vida y la política muy diferentes.
Valencia creció hace años como nunca lo había hecho. La ciudad se transformó por completo, tomó aire, se ensancho y abrió puertas al progreso. Recuerdo que gobernaba entonces la derecha. Uno de sus grandes hitos fue la Ciudad de las Artes y las Ciencias, pieza de una monumentalidad modernista y sede cultural y social de primerísimo orden que atrajo la mirada de los turistas, multiplicó su presencia, y se convirtió en el principal atractivo de la capital. Que costó lo suyo pero ha ido dejando cuantiosos beneficios.
Ahora gobierna la izquierda. Y la plaza del Ayuntamiento, uno de los enclaves urbanos más concurridos por ser santo y seña de la ciudad, se ha reconvertido. En plena guerra contra el automóvil la han declarado peatonal, han mudado su fisonomía y llenado de fuerte colorido. Y para engrandecer la estampa han montado a su alrededor un conjunto de tenderetes populares, propios de mercadillos de barrio, donde venden ropas y vestidos, entre ellos braguitas de señora al módico precio de 3 euros la pieza. Como aliciente turístico no me digan que la idea no es ingeniosa, sobre todo para encantar al turismo de calidad. El alcalde dice, con esto a la vista, que Valencia es una ciudad de diseño. Lo que no aclara de que tipo.
Este es el relato, sucinto y real, de dos muestras de entender el progreso, de dos ópticas políticas. ¿ Que les parece el resultado…?