Hace ya bastantes años el oficio de periodistas estaba envuelto en un halo de misterio y riesgo. Era una de las profesiones predilectas de los jóvenes universitarios, ansiosos por desvelar las mejores exclusivas a través de un intenso trabajo de investigación. En esto contribuyó mucho el cine. Y me vienen a la memoria, como buen cinéfilo, filmes que ensalzaron el reporterismo. «Todos los hombres del presidente», «Luna nueva», «Primera plana», «Mientras Nueva York duerme», «Network» o «Ciudadano Kane», por poner solo un ejemplo.
Pero el periodismo actual ha perdido ese componente de obrador, esa labor meticulosa por extraer información a través de llamadas, obtención de declaraciones y rebuscamiento de datos para publicar la primicia. LinkedIn y otras redes sociales sirven hoy de referencia documental – de las cuáles hago mucho uso, como la señorita Pepis del sector también asumo mi pecado- rebajando la calidad de la letra impresa y vulgarizando la comunicación.
Pero también he de decir que en éste nuestro gran sector, ejercer la tarea informativa no es nada fácil. Y no porque no se generen noticias – las hay a raudales – sino porque se nos niegan los datos, posponen entrevistas, cancelan últimas horas o congelan artículos. Recientemente solicité dos cuestionarios a asociaciones del sector así como a una reguladora. Y recibí una negativa como respuesta. En ocasiones con argumentos bastante peregrinos o inentendibles.
Lo que tengo claro es que para mejorar la imagen de la industria se debe documentar sin miedo al impacto que pueda tener entre los lectores. El juego es una actividad legal, responsable y madura y da igual la sensibilidad del regulador de turno o la hiperestesia popular. No dejemos pasar la oportunidad de dar a conocer lo que hacemos y somos. De lo contrario, caeremos en la elucubración – cuando no en la suspicacia- que nos perjudica mucho. Veremos.