Hoy no puedo escribir sobre juego. Hoy la congoja me invade como a todos los valencianos. Ayer fuimos testigos de una de las últimas tragedias que ha enmudecido a nuestra ciudad. Ese fuego, que tan presente está en nuestras fiestas, extrajo su versión más vil y cruenta y devoró un edificio muy próximo a las oficinas de la revista SECTOR DEL JUEGO.
Campanar, como se llama el barrio y dónde se ubica el edificio incendiado, es mi barrio. Ahí crecí en la vivienda familiar y ahí tenemos nuestro despacho. He presenciado su transformación con los años, recorriendo sus descampados y huertas de la mano de mi abuelo paterno con ciertos vestigios de marginación social a ser objeto del boom inmobiliario y ejemplo de modernidad arquitectónica con grandes edificios de zonas comunes y bajos comerciales. Una zona de la ciudad donde el vecindario no se ha sacudido ese sentimiento de pueblo, esa cercanía vital que hace de algunos distritos urbanos un pequeño hogar para todos.
Ayer, de forma dramática las llamas cercenaron varias vidas y calcinaron recuerdos e ilusiones. La humareda que sobrevuela por el cap i casal tiñe de luto una Valencia hoy sombría y desgarrada. Mi ciudad, a la que amo y me siento orgulloso de pertenecer, vuelve a ser víctima de una desgracia de proporciones irreparables.
Campanar representa un reducto de la Valencia antigua, una demarcación anexionada con los años por el crecimiento metropolitano pero manteniendo sus costumbres y tradiciones. El lugar dónde anidan mis vivencias, en el cuál he crecido y observado con ternura y luego con inquietud el paso de los años. Dónde me he sentido cómodo e identificado con sus gentes y su arraigo al terreno. Hoy mi barrio y mi ciudad, que tanta luz ofrecen, oscurece ante el drama. Luto.