Fernando Prats no quiere que lo defiendan. Porque hacerlo, dice, no le hace ningún favor sino todo lo contrario. Pero yo, que lo aprecio un montón y lo respeto mas, no quiero hacerle caso. Y aunque es mayorcito y se basta y sobra para enfrentarse con educación al mas chulesco de su barrio, yo estoy en mi derecho de romper una lanza por él, que tiene temple, tablas y conocimientos para sortear cualquier embestida por artera que sea.
Y no quiero defender a Prats por su papel de regulador del juego, ni por su gestión, ni por sus informes enciclopédicos, ni por lo mucho que ha hecho y sigue haciendo por el juego de la Comunidad de Madrid. Porque en esa función es el regulador que mas ha trabajado de largo por la actividad, por su evolución, por su puesta al día y por tratar de salvar los muebles de mas de un subsector con amenaza de naufragio. Y todos nos entendemos.
Quiero defender a Prats de tipos que ejercen de políticos y alardean de una pésima educación. Que consideran que su cargo los faculta para el insulto gratuito y la insidia. De elementos que no preguntan sino que acusan. De individuos que hacen de la política un ejercicio chabano y grosero. Y que además, para rematar la faena, tocan de oído.
Afortunadamente a Fernando Prats no le hace ninguna falta mi defensa porque el solo se las pinta, y de que manera, para hacerlo. Pero por quedar, aunque simbólicamente, que aquí quede.