La economía es el motor del bienestar, la alegría de la vida, la piedra robusta que sirve para edificar los sueños y estimular el espíritu de superación. La economía es el vehículo que utilizamos para enfilar la carretera del progreso y que nos lleva en línea recta hacia las mejoras sociales, la prosperidad y la riqueza. Sin una economía sólida, fiable, que estimule la inversión, el empleo y el crecimiento generalizado no saldremos nunca de la mediocridad como país, haremos oposiciones a fomentar la miseria y entraremos en fase de depresión social, sin horizontes que descubrir ni conquistas que realizar.
Vivimos días terribles de incertidumbre y desasosiego. Nos acechan amenazas y nos han metido el miedo en el cuerpo. Y asistimos a restricciones ciudadanas, que desembocan en cierres de negocios, pérdidas de empleo y un debilitamiento económico que de persistir la actual situación, y todo indica que persistirá, lleva los visos de provocar un auténtico cataclismo.
El ciudadano está de acuerdo en que lo primero es la salud, que hay que preservarla a toda costa y ponerla a resguardo de la pandemia. Eso no es discutible. Como tampoco lo es herir de muerte la economía, endurecer sin criterios científicos que lo avalen medidas que van asfixiando progresivamente a las empresas hasta el ahogo y al final la extinción. De seguir por ése camino asistiremos a una doble mortalidad: la de las víctimas del Covid-19 y la de una economía que habrá sido en parte sepultada.
Estamos gobernados por una coalición socialcomunista para la que la economía, encarnada por la empresa, es factor secundario cuando no pieza a abatir. Si cae abatida nos aguardan días de desolación y ruina.