Seguro que hay lectores que recordarán la comedia “Se infiel y no mires con quién”, de los autores británicos John Chapman y Ray Cooney. Se hizo famosa en el mundo entero por su humor desternillante, las entradas y salidas de los personajes al más puro estilo del vodevil y su moraleja sobre cómo es entendida la fidelidad por algunos. En España la estrenó Pedro Osinaga y la llevó varios años en cartel debido a su éxito clamoroso.
Digo esto porque la política española de ahora mismo tiene un aire de vodevil, o de astracanada si lo prefieren, interpretado por un plantel de actores, ninguno de ellos primera figura, que hacen de lo bufo un ejercicio casi permanente pero huérfano de gracia. Y en éste vodevil en el que se ha trasformado el patio nacional todos se distinguen por su infidelidad, por su deslealtad, por su voluntad de mentir y engañar.
El modelo de infidelidad nace de lo más alto, del gobierno. Los dos partidos que mandan son infieles entre sí y no lo disimulan. Los miembros de identidad populista prometieron fidelidad al Rey y al día siguiente se ciscaron con ella. Unos mienten a los otros y viceversa y los ciudadanos asistimos atónitos a tan sonrojante espectáculo.
Y ahora estalla lo de Madrid, con infidelidades desde el minuto uno en que se constituyó el gobierno autonómico. Con unos entrando por una puerta para convocar elecciones y otros haciéndolo por otra para plantear una moción de censura. Navajeos, traiciones y guión chusco para intérpretes de segunda fila. Y podríamos seguir con el vodevil de Murcia, lo de Castilla y León…
Y en medio de éste sainete bochornoso, protagonizado por actores de medio pelo, el país continúa atacado por la pandemia, con sus confinamientos, su economía hecha unos zorros, su paro galopante y sus empresas en quiebra. Y mientras el patético vodevil continúa dando más vergüenza y pena que risa. Risa nerviosa, claro.