Autor

DESDE LA AVENIDA Juan Ferrer

Verano y dicha

30 de julio de 2021

Nunca he querido ser enemigo de nada ni nadie. Ello no impide declarar mi antipatía por la gran ciudad. En la que ni me siento a gusto ni soy feliz. Me desquician sus atascos, estrépito, contaminación, manifestaciones. No soporto los taconeos persistentes de la vecina de arriba, ni las broncas de la pareja del tercero. Me ponen de los nervios los buzones saturados de publicidad, las juntas de vecinos, el repiqueteo constante del teléfono con ofertas publicitarias. Estoy hasta el gorro de utilizar los servicios del taxi y pagar el impuesto de circulación de un vehículo que apenas puedo utilizar porque nunca encuentro aparcamiento. Contemplo con enfado los carriles bici que han adelgazado hasta lo increíble calles y avenidas para declararle la guerra al coche. En fin, que la ciudad me crea desasosiego y me vuelve más irascible de lo normal.
 
Cada vez me siento más identificado con el campo, con la vida que discurre junto a un pueblo pequeño y crea adicción. Me siento otro, como más humano, con las puertas de la sensibilidad abiertas al iniciar la aventura cotidiana y perderme entre trochas y sendas ignoradas. Sintiendo la bendición del aire, gozando de la soledad del bosque sólo rota por los mil cantos que interpretan los pájaros y que sólo quiebra el ladrido lejano de un perro. La solemnidad de ésos momentos únicos en pleno idilio con la naturaleza nos devuelven la placidez del alma y sirven para ensanchar el espíritu y sumergirnos en un universo de vivísimos colores donde la quietud impone sus reglas.
 
Despertar con el kikiriki del gallo anunciando la amanecida. Salir muy temprano aspirando los aromas de árboles y plantas para adentrarte en el bosque junto a tu perra, fiel compañera al lado. Atravesar caminitos de piedra festoneados por almendros y olivos que son como una bendición de sombra y alegría. Son momentos únicos, que deben ser paladeados en la íntima soledad, en la que te fundes con el paisaje y la vida que quieres, que te regala ése milagro único que es el estallido de la naturaleza en todo su desnudo esplendor.