VAPREL ha cumplido 50 años, que en la vida de la empresa y estando las cosas como han estado y están ya es cumplir, salir airoso, aguantar tarascadas y persistir yendo por una senda que se abrió hace medio siglo. Cuando hablamos de siglo aunque sea medio ya estamos metidos en palabras mayores. Por que estamos entrando de lleno en la pequeña y gran historia, en un período de tiempo lo suficientemente dilatado para custodiar efemérides que justifican por su importancia la creación de un proyecto, en éste caso una empresa que ha sabido dejar su impronta en el bingo español.
He estado siempre en mi quehacer periodístico muy cerca del bingo y de sus gentes. Y de ahí han nacido sólidas amistades, afectos que se conservan inalterables a pesar de las distancias y los silencios, y un trato estrecho y persistente con los protagonistas de la actividad. Por ello fui espectador, en primera fila hay que decirlo, del despegue supersónico de VAPREL y de su presencia casi obligada en la mayoría de salas de España donde la firma era sinónimo de novedad y avance. Fueron tiempos en los que la empresa marcaba la hegemonía en materia de fabricación e iba abriendo, de manera paulatina pero sin darse descanso, puertas de futuro al bingo.
Ramón Aznar Gil, en estado de alerta permanente, con ideas, sentido de la anticipación, fantasía y un espíritu comercial imbatible, junto con su equipo de avezados profesionales hizo de VAPREL un santo y seña del bingo español. Su hijo, Ramón, Ramonelo para los que lo conocemos de chaval ha seguido los pasos de su familia, sorteado dificultades que nunca faltan y consiguiendo lo más difícil: mantener intacta la estructura familiar de la empresa que continua ocupando, por derecho, un lugar destacado en el panorama del bingo en España. El hecho en sí es motivo suficiente para brindar con él, champagne francés por favor, levantando la copa por el cincuentenario de VAPREL