Valencia en junio, con las temperaturas suaves y el sol encendido dorando la ciudad, es un canto de alegría que invita a la expansión del alma y al disfrute de una urbe abierta y acogedora que brinda un puñado de motivos para vivirla con intensidad y deleite.
Hay varias Valencias para recorrer, contemplar y admirar. Me inclino por dos visitas paradigmáticas. La de empaparte de la imagen de ésa ciudad con vocación de futuro que levanta gallarda su monumentalidad de nuevo cuño y su arquitectura audaz y rompedora, que tiene el azul mediterráneo a sus espaldas, con todo lo que representa de invitación a los sentidos y de expansión íntima. Y la de compaginar ésta auténtica aventura urbana con la de salir al encuentro de la Valencia antigua. La de los palacios señoriales, los templos barrocos, las plazas recoletas con perfume de siglos y las callejuelas por las que apenas cabe un hilo de luz. Es la Valencia del ayer, con sus huellas artesanas, sus patios aristocráticos, sus mosaicos de azulejos, sus torres y campanarios, su Mercado Central que ofrece una panorámica multicolor y lujuriosa que entra por los ojos y hace pellizcos al paladar.
Y luego está la otra cara. La que te anima a ponerte el traje del desenfado y saborear los goces de una gastronomía que hace tiempo que traspasó la frontera de la paella, con seguir siendo esplendorosa si se acierta en la elección, para adentrarse en una oferta renovada con el producto natural como principal aliciente de una buena mesa.
Es Valencia en junio, y la ciudad que acoge, abraza y te eleva al cielo de lo que seduce y reconforta. Es la alegría del mar y la luminosidad de un paisaje urbano que es acuarela de múltiples tonalidades expresadas con mano maestra. Es Valencia, un placer redondo. Pueden comprobarlo visitándola coincidiendo con la cita de EXPOJOC. Tomen nota: 8 y 9 de junio. Les esperamos.