Decía el maestro César González Ruano, un escritor de periódicos de estatura colosal, que la cortesía es alta condición pero no todo el mundo puede y sabe ser cortés. Estas luminosas palabras están escritas más de medio siglo atrás cuando todavía existían unas normas generales de comportamiento que rendían tributo a las actitudes corteses. Algo que no sucede en la hora presente. Entre todos estamos forjando una sociedad descortés, ramplona, deficitaria en lo que entendemos por buena educación. En la que muchos de sus integrantes si por algo se distinguen es por emplear hábitos de relación social que ignoran deliberadamente las reglas marcadas por la buena crianza.
Lo grave del tema no es que exista un elevado porcentaje de ciudadanos, en particular pertenecientes a las nuevas generaciones, que desconocen el sentido de la cortesía. Bien porque no se les ha enseñado o por estar en desacuerdo con su significado. Lo tremendo es que suelen tomarse a cachondeo los gestos, detalles o actitudes de aquéllos que, de manera natural por haberlo aprendido o mamado o porque les nace, suelen cumplir a rajatabla con una serie de requisitos que hacen la vida más amable, cordial y llevadera.
Situaciones de éste cariz desembocan en escenas que tienen mucho de esperpénticas. Por ejemplo cuando un ciudadano de edad provecta como es la mía cede el paso a una joven para subir al autobús o entrar en el ascensor y la muchacha en cuestión le dedica una sonrisa sardónica o una mirada desdeñosa como diciéndole: ¡ de que vas, tío!
El trato social cotidiano se resiente y mucho por la horfandad que se detecta en materia de cortesía. No cabe duda de que en el mundo de hoy, pegado al móvil, metido hasta las cejas en internet y sus redes, que sustituye la palabra por el mensaje tecleado el lenguaje de la cortesía es un puro arcaísmo en la era de la inteligencia artificial.
Lo que pone de manifiesto que, mientras avanzamos de manera espectacular en el plano tecnológico, retrocedemos en el ejercicio de ésos pequeños detalles que hacen de la cotidiana convivencia un escenario de respeto y humanidad dispensada a nuestros semejantes. Hoy las ciencias adelantan que es una barbaridad decía don Hilarión en La Verbena de la Paloma. Sí, así es. Pero en buenos modales hay mucho suspenso social.