En los sueños siempre existe un componente de fantasía, de irrealidad, que se deja sentir bruscamente al despertar. Al toparse con una realidad que poco sabe de ficciones y sí de la dureza cotidiana que percibimos cada día al salir de casa y pisar la calle.
Cataluña ha sido objeto de un tiempo a ésta parte de un sueño pesado, plomizo, que degeneraba en una especie de pesadilla. Todo empezó con el BCN World que vendió don Enrique Bañuelos a la Generalidad y que ésta hizo suyo para darle en los morritos a los madriles que andaban en devaneos con Adelson y su megaproyecto colosal. Lo de Aldelson terminó en astracanada y el señor Bañuelos se largo de improviso con viento fresco, lo que rompió en mil pedazos dos sueños tan monumentales como increíbles para mentes medianamente sensatas, entre las que no se incluyen las de la clase política, que ligan insensatez con acciones de autopropaganda y venden gato por liebre a los ciudadanos.
El grandísimo sueño de Cataluña se ha quedado, por ahora, en un sueñecito menguante, como si dijéramos de siesta de media hora. Del BCN World se ha pasado al Hard Rock Entertainment World, que por falta de nombre no queda. ¿ Y que hay detrás de tan pomposo enunciado ? Pues en principio se trata de un hotel de 600 habitaciones y unido al Casino Tarragona, que será el eje del proyecto, y que constará de 1.200 máquinas y 100 mesas de juego. ¿ Que vendrá después ? Se habla de tiendas y espacios reservados a conciertos y eventos. Todo un tanto difuso y sazonado como suele ser habitual por sus buenas dosis de desmesura.
El gato escaldado del agua hirviendo huye. Aplíquese aquí la filosofía del refranero y no se levanten excesivos castillos en el aire que posteriormente se han derribado con estrépito. Hablamos de un sueñecito menguante que bien finalizará si se cumple en la parte del hotel-casino y no mucho más. Aquí se vende mucho ensueño para almas cándidas que viven adormecidas por los cuentos de los políticos y los mangantes de turno.