Se ha cumplido un año de la tragedia de Campanar, un barrio valenciano con mucha solera que conserva los aromas de pueblo, las esencias de las tradiciones que perduran, la fidelidad a una huerta sepultada por el urbanismo. Estoy a pocos pasos del escenario que fue dantesco. Paso por delante de un esqueleto de cemento ennegrecido por las llamas y no dejo de pensar. Pienso en los que marcharon para siempre. En el inmenso dolor que perdurará en sus familiares por la cruel desaparición de sus seres queridos. En los recuerdos que se quedaron entre los muros derruidos y son ya polvo pero nunca olvido. En cuestión de muy poco tiempo se quebraron vidas, se asfixiaron ilusiones, se apagó la alegría en cientos de personas que contemplaron el derrumbe de sus sueños y se asomaron al balcón donde la esperanza es sólo una quimera, un deseo lejano y por momentos inalcanzable.
No puedo reprimir un escalofrío, un latigazo emocional cuando evoco las estampas perturbadoras de un año atrás. Campanar tiene dos caras. La del casco antiguo cuyas imágenes son las propias de un paisaje de casas que antaño estaban flanqueadas por campos fértiles y olían a tierra fresca. Y la que nació a su vera haciendo tabla rasa de su vieja estampa para levantar un conjunto de grandes edificios con aspiraciones de tocar el cielo. Uno y otro nudo del barrio se vieron sacudidos por idéntica reacción el día del infortunio, cerraron filas, se abrazaron hasta la extenuación ante la magnitud de un drama que conmovió a todo el mundo.
Ahora contemplo las tareas de reconstrucción que se están llevando a cabo. Y no dejo de calibrar lo pequeños que somos los humanos cuando la furia del fuego o el agua se desatan y nos dejan inertes ante sus tremendas acometidas. Valencia ha sido escenario de dos catástrofes protagonizadas por ambos elementos. Que acabaron con todo lo que se les puso por delante. Aquí, en Campanar, en el barrio que he vivido y trabajo, en el barrio que llevo metido en el alma, existe una memoria sincera y sentida hacia aquéllos a los que el fuego les hizo perder todo. Mar de cenizas que el viento no se llevará nunca porque siguen presentes en la memoria colectiva de un pueblo. Que no tiene capacidad para olvidar tantísima pena.