Autor

DESDE LA AVENIDA Juan Ferrer

Timbas impunes

1 de octubre de 2021

En el primer piso de un céntrico restaurante de Valencia la policía desmanteló una timba de juego. Todo muy de aroma de cine negro. Once personas jugando en la mesa al póker, niebla provocada por el humo de los cigarrillos, vasos de whisky con y sin soda, más de ocho mil pavos sobre el tapete, ojos enfebrecidos y un auditorio de ocho espectadores. La llamada al timbre de la pasma, todos quietos y ni una palabrita, produce un sobresalto general, la hemos cagado y cosas por el estilo, y la entrega de la documentación, por favor o por cojones, que solicitan los agentes. Después el paseíllo hacia el sitio, el papeleo, la denuncia y la entrada por una puerta y la salida por la siguiente. Todo muy previsible, muy de película cómica o si me apuran de tebeo puesto que al final de la odisea o el disparate como prefieran todo queda en nada.

Este es el cliché de un caso concreto y reciente que nos suena a historieta sabida, a cuento de mamá que viene el lobo y resulta que el lobo no se come ni una rosquilla. Porque éste que comentamos es un suceso menor, una anécdota casi doméstica protagonizada por no llega a veinte personajes. O sea una simple representación teatral de comedia de enredo, con baraja y copas. Hemos tenido noticias de timbas escandalosas, de bingos piratas que pagaban premios más altos que la sala de la esquina, donde la seguridad brillaba por su ausencia en el juego y el local. Han saltado informaciones de casinos clandestinos en los que no faltaba de nada, señoritas de alterne incluidas, con sus ruletas y toda su parafernalia de fantasía y bar americano y sus aires de película. ¿ Y como se saldó el hallazgo…? La respuesta es obvia.
 
La lucha contra el juego clandestino en nuestro país es desigual por lo ineficaz. Por mucho que se afane la policía, si es que lo hace, la plaga seguirá existiendo mientras las leyes no castiguen con dureza a unos individuos que campan a sus anchas y se salen de rositas. Y continuaremos soportando timbas, grandes o pequeñas, con la mayor naturalidad y el más absoluto de los descaros.