Hace tiempo que dejé de ver la televisión, la pequeña pantalla que en líneas generales es una caja de adoctrinamiento, vulgaridad e incultura. Los llamados
Informativos se han transformado en un vehículo que circula en una misma dirección, contraviniendo todas las señales objetivas y éticas. Las tertulias políticas están protagonizadas por unos zascandiles y su ídem femenino que, con sobrada suficiencia, opinan de lo divino y lo humano sin cortarse un pelo y lo hacen fieles al guión que les dictan quienes le pagan la soldada. Si vamos a los programas del corazón la escenografía se mueve entre el patetismo y la hilaridad. Son espacios de cotilleo de barrio donde prima el despellejeo personal, el chisme malicioso, el infundio y el insulto y en los que el respeto más elemental no se conoce. Espacios en los que lo escatológico es base y sostén del programa y en los que se imparten unas lecciones muy edificantes para la juventud: por sus modales exquisitos, su lenguaje cuidadoso y su enaltecimiento de valores como la rectitud moral, la honestidad, la vergüenza, el decoro.
Causa enorme tristeza comprobar que a la caja tonta – nunca mejor expresado – y concretamente a los programas hediondos cuyo tufo resulta insoportable se asoman a diario millones de espectadores que se solazan con los mismos, y se enfervorizan, apasionan y sublevan sin percatarse de que están jugando con sus emociones y sentimientos más elementales.
¿ Donde ha quedado la televisión que entretiene, instruye y te ayuda a pensar ? La de la escenificación del buen teatro, las entrevistas con grandes personales a los que escuchar para aprender y enriquecerte. La que brindaba la actuación de artistas de talla hoy reemplazados por una caterva de indocumentados. ¿ Donde están las sesiones de cine proyectando películas inolvidables para diseccionar y debatir ? No hay que darle más vueltas: la tele de hoy es fiel reflejo de la España política y social que nos ha tocado vivir. La que visiona un espectáculo vulgar, zafio y deprimente.