Volver, volver, volver. Cuesta un poco pero apetece el retorno. Sobre todo después de pasar unos días disfrutando de una calma envolvente que ha servido para despejar la mente, dejar subir y bajar la noria de las ideas y cargar las pilas del alma. Porque sin el alma engrandecida por los propios estímulos, sin su fortaleza robustecida y pletórica no hay posibilidad de abrirse paso en ésta jungla de la vida cotidiana pródiga en zarpazos, navajeos y envidias que enlodan la convivencia cotidiana.
Volver al tajo de la actualidad periodística sectorial equivale a la participación activa en un nuevo curso que, de entrada, se perfila como intenso, con nervio y fuelle para comunicar, interesar y debatir. La industria española del juego goza de buena salud y posee energía suficiente para generar proyectos, coronar objetivos y alegrar un mercado donde el espíritu de la sana competencia debe ser un acicate para mejorar y subir peldaños de progreso y apertura de puertas para mostrar novedades importantes.
El juego afronta el estreno del otoño con brío y ganas de hacer cosas, de alcanzar metas. A éstos buenos propósitos empresariales no ayuda precisamente el panorama político. Que está plagado de incertidumbres y con unos protagonistas entre los que abundan quienes hacen alarde de tanta mediocridad como falta de sentido. De sentido común, que ya es andar mentalmente huérfano, y de estado.
Con la atonía política que mantiene España maniatada por una panda de irresponsables todo se ralentiza y nada se decide. El gobierno central no elabora sus presupuestos. Las autonomías andan pendientes de que les llegue el flujo dinerario y tampoco avanzan en cuadrar sus partidas presupuestarias. Y el juego, que lleva muchos, demasiados años siendo víctima de la voracidad fiscal, sigue pendiente de unos reajustes tributarios tan esperados como de justa aplicación. Sin los cuales la marcha empresarial seguirá tan lenta como dificultosa. Ante éste cuadro, sin perder la esperanza y con el ánimo de lucha intacto, lo único que cabe pedir para nuestro país ahora mismo es sensatez política, menos teatro y voluntad constructiva para acabar con éste sainete que, de seguir con la misma letra y música, será el hazmerreir de Europa.