A costa de muchos sacrificios estamos saliendo del túnel negro de la recesión económica. Están siendo, todavía, años duros de angustias empresariales y una sobrecarga de paro laboral insoportable. Pero el horizonte de nubarrones parece despejarse y las predicciones apuntan a que en 2016 lucirá en España el sol del crecimiento. Si bien éste dato optimista queda suspendido en el aire ante las incertidumbres provocadas por el clima de inestabilidad política que vive España. Y el Fondo Monetario Internacional ( FMI ) advierte: aventuras con gobiernos de sopas de letras y condimentados con populismos de izquierda radical pueden acabar con las ilusiones de mejora.
No hay que esperar a la formación de gobierno en España para percatarnos de que el aventurismo político ha llegado a gobiernos regionales y ayuntamientos tras las últimas elecciones autonómicas. Y que sus actores protagonistas están más atentos a fomentar a toda costa el revanchismo ideológico que a trabajar en los problemas que afectan al bienestar de los ciudadanos. Aquí hay quienes están empeñados en revisarlo todo: la historia de los últimos cuarenta años, las cabalgatas de reyes, las procesiones, los callejeros, las corridas de toros y las verbenas del barrio. Imponiéndonos lecciones de adoctrinamiento y aventando los odios entre presuntos buenos y malos, entre rojos y azules. Y lo del bienestar de las gentes, de las que éstos individuos del cambio se erigen en adalides, queda como muy en segunda línea de actuación.
El juego ya se ha visto afectado por ésta atmósfera de incertidumbre. Los anticapitalistas de CUP lo primero que han exigido en Cataluña ha sido la paralización de BCN World. Lo que indica el grado de aceptación que les merece a los antisistema el negocio del juego. Y lo mismo hicieron en Madrid cuando el proyecto de Las Vegas Sand estaba todavía en pañales y montaron una campaña de movilización y griterío contra los casinos, las prostitutas y el gansterismo que aportaría su realización.
El que diga que la actividad del juego no se verá afectada por la composición de un gobierno de izquierdas, mediante un pacto de socialistas, comunistas e independentistas, es un imbécil. Es evidente que las autonomías tienen trasferidas las competencias y ellas legislan. Y ya comprobaremos lo que sale de determinados gobiernos regionales. Pero tampoco cabe ninguna duda de que las actuaciones del gobierno central en lo concerniente a la actividad económica y empresarial, llaménse tributaciones y otras medidas, tendrán su reflejo, del palacio de la Moncloa hacia las sedes autonómicas. Motivos para el optimismo, pues, muy pocos. De no obrarse un milagro en forma de sensatez partidista. Que es fruta que no abunda.