Dicen los estudios técnicos que el bar es espacio seguro, que no contagia, que no está maldito ni es foco de propagación. Entonces, ¿ a que viene ése ensañamiento, ésa ojeriza, ése cargar sobre el bar todos los rigores habidos y por haber para restringir sus hábitos de funcionamiento y hasta paralizar por completo la actividad ? No lo entienden los propietarios, los que van quedando en pié, puesto que son muchos los que se han quedado en el camino por falta de oxígeno económico, por maltrato administrativo, por impedirles trabajar y vivir, por no dejarles salir a flote. No lo entiende la gente, que no termina de comprender la fijación existente con el bar, ni las medidas extremas que no se corresponden con las de otros establecimientos públicos en los que impera una mayor laxitud y no se aplica el ojo escrutador.
De acuerdo con el desarrollo de los acontecimientos que estamos viviendo, que apuntan hacia un panorama todavía más dramático, más limitativo en cuestión de libertades y en adopción de medidas autoritarias, se impone salvar al bar o al menos tratar de defenderlo de acciones de carácter totalitario que no hemos conocido ni en la dictadura, por mucho que ahora se carguen las tintas sobre dicho período. Salvar el bar del atropello, de la improvisación y las contradicciones; salvar el bar de la nulidad política y del gobernar a base de gestos efectistas sin la menor solidez argumental; salvar el bar de la inoperancia de unos inútiles es rescatar de un naufragio seguro a miles de familias que dependen del trabajo, del sudor, del compromiso con un negocio, pequeño en la inmensa mayoría de los casos, que están hundiendo sin ningún tipo de escrúpulo ni conciencia. Salvar el bar de mi barrio y de mis minutos de felicidad.