A cualquier negocio, de la rama que sea, se le da alegría y vida cuando se incluyen en su oferta productos renovadores capaces de atraer y convencer. De satisfacer las demandas de un mercado que es el que manda y dicta sentencia. Los salones desprenden hoy alegría y vitalidad porque han sabido subirse al carro de la evolución, maquillarse convenientemente y exhibir una imagen de lozanía que tiene tirón y arrastra público a sus locales.
Todavía quedan abiertos muchos locales que admiten ahora mismo el calificativo de antisalón. Antros cutres, casposos, tan oscuros como portadores de unas señas identificativas que, de persistir, hubieran ido condenando al subsector a una lenta pero inexorable extinción. O sea que lo que se impone es que semejantes lugares vayan aplicándose la máxima del renovarse o morir so pena de fallecer por falta de un público que hoy huye de imágenes tan poco recomendables.
El salón que triunfa, que trasmite alegría y da signos de pujanza en el paisaje del juego actual, es aquél que irradia luz, desahogo, sentido hospitalario y motivos varios para entretenerse y pasarlo bien. Para divertirse y compartir, para ser complemento de un espíritu socialmente integrador que se traslada de la calle al local de esparcimiento.
El salón es en éstos momentos el representante del subsector que más crece y está más en boga. Ruletas y productos de nueva generación han avalado su salto hacia una oferta diversificada y merecedora de la atención de un público distinto, al que jamás se le ocurrió visitar el viejo e intimidante local de antaño.
Por profilaxis sectorial el salón tiene que seguir avanzando en el abanico de sus productos, en la mejora de los servicios y el trato al cliente, que es el rey y en el salón debe de encontrar una ampliación de su ambiente doméstico. Y para que el subsector prosiga con sus conquistas hay que procurar reconvertir, o echar el cerrojo, a las instalaciones que sólo sirven para alimentar las negras leyendas sobre el juego. Tugurios fuera.