Alberto Carlos Rivera Díaz, Albert Rivera como nombre político que alcanzó el estrellato de forma súbita y espectacular y cuyo brillo se apagó en tiempo record, es biológicamente un cruce de malagueña y catalán, un tipo despierto, ágil de mente, rápido de reflejos, de verbo fácil y estudiado y con una empatía natural que lo hace conectar con la gente. Los ciudadanos le vieron protagonizar dos hazañas y se sintieron seducidos por el talante de un aspirante a servidor público que transmitía un aire fresco, que se apartaba de los modos al uso, hasta quedarse en cueros, y que se crecía frente a cualquier oponente con sus mensajes intrépidos e ilusionantes.
La primera de las hazañas protagonizadas por Rivera fué la de hacerse un importante hueco electoral en la Cataluña dominada por el independentismo hasta ganar los comicios. Toda una hombrada en un territorio copado desde tiempo inmemorial por el soberanismo y en el que la derecha venía fracasando estrepitosamente. Su mensaje, sus posiciones, sus propuestas conectaron con los votantes por desprender un aliento joven que sabía calar en la ciudadanía.
La segunda hazaña consistió en irrumpir con fuerza en el panorama nacional y codearse de tú a tú con los dos partidos clásicos que se venían repartiendo el pastel del poder. Y lo hizo ganándoles de largo por su agudeza, su simpatía sin imposturas, su ingenio y ésa sensación que acertaba a trasladar de estar cortado por otro patrón político, de nuevo cuño y modos distintos que prendían en el ánimo de muchos españolitos.
Pudo entrar en un gobierno que quizás nos hubiera alejado de la situación actual y se equivocó. Le pudo la ambición y no supo jugar sus últimas cartas y llegado a ése punto escuchó el clarín de la retirada. Una pena porque su figura ilusionó de verdad y provocó múltiples adhesiones en círculos sociales que admiraron su audacia y su imagen de cambio. Un político que reunió atributos para estar y mandar, con un bagaje muy superior a la mayoría de los que nos gobiernan y que ayer estuvo en la asamblea de ANESAR, asumiendo otro papel muy distinto. Nos queda el pálido recuerdo de Rivera, el hombre que pudo reinar en la política española. Una pena y una oportunidad perdida.