Los españolitos y españolitas vivimos en un Reino, al menos por ahora lo es, donde manda la propaganda gubernamental. Una propaganda que se ha instaurado con el propósito de hacerse un credo político de cuya práctica se encargan, con indisimulado entusiasmo, desde el presidente don Pedro Sánchez Pérez-Castejón, líder en cuanto a divulgación propagandística, hasta el último de sus ministros, que son 22.
En las declaraciones públicas de la corte ministerial, con don Pedro en cabeza, priman los mensajes que son pura publicidad, las frases salidas del laboratorio de marketing, los florilegios verbales vacíos de contenido. Todo desprende una pátina de engaño y frivolidad manifiesta. Y lo cierto es que semejante política propagandística es aceptada y digerida por un amplio espectro de la población con naturalidad y sin sentirse engañada o víctima de un fraude.
Lo grave es que la escalera propagandística alcanza niveles intolerables y un porcentaje elevado de la ciudadanía ni se inmuta. Aparece el presidente en la tele y anuncia para enero de 2021 las vacunas del Covid-19 y los inminentes planes para su distribución y puesta en marcha. Y resulta que no hay por el momento vacunas homologadas como tales, que no existen criterios científicos que avalen definitivamente su implementación sanitaria, que quedan muchas cuestiones por resolver.
En un asunto de ésta trascendencia y gravedad, en un tema tan sensible como el aludido, utilizar la propaganda para desviar la atención ciudadana de una serie de tropelías gubernamentales es bochornoso y denota la catadura moral del protagonista. Que sigue impertérrito con sus alardes propagandísticos, ésa especie de vaselina verbal que penetra fácil en las casas y prende en la ciudadanía, aunque no pocos la rechacen por mera prevención. Ya me entienden.