Cada vez se organizan más saraos sobre el juego. Las convocatorias se multiplican y amenazan con entrar en terreno inflacionista. Y a las distintas citas se invitan a los reguladores. Algunos de ellos, cuyos nombres sobresalen por su asiduo contacto con el sector, acuden de mil amores a las llamadas que se les formulan. Y lo hacen, ojo al dato, no para cubrir el expediente ni para hacerse la foto de familia. Comparecen para participar activamente en los debates, para mojarse y no escurrir el bulto, y para decir cosas que demuestran su implicación a fondo y con mentalidad abierta en los asuntos del juego.
Lo que trasluce la actitud de éstos reguladores es su asunción plena del trabajo que realizan y las servidumbres que comporta. Y son por ello conscientes de que deben de estar donde el juego esté. No por obligación pero sí por responsabilidad. Y por dejar constancia que viven y sienten su cometido más allá del despacho y de las tareas funcionariales.
Esta es la cara de los reguladores de primera. También los hay de tercera, la de aquellos que huyen de las comparecencias públicas como alma que lleva el diablo. Los que no suelen, ni por asomo, dar la cara. Los que con su rechazo a involucrarse en la agenda anual del juego denotan un evidente despegue o una clara aversión al contacto directo con los operadores o profesionales del sector. Estos reguladores de tercera división sólo viven el juego desde el despacho. Dando la impresión de que en el fondo están jodidos con el cometido que realizan. A lo mejor no es así y son figuraciones mías.