En el pacto alcanzado por el gobierno con Podemos, que no se refiere a los presupuestos sino que se trata de un programa político muy intervencionalista y propio de la izquierda radical, se aborda la publicidad en el juego. Y aún desconociendo los términos de su contenido, no hay que ser adivino para anticipar que tendrá un marcado carácter restrictivo. Algo que se viene barruntando por las propuestas de los podemitas en este sentido, a las que aluden con un término que entra dentro de sus preferencias: prohibir. Prohibir lo que a ellos exclusivamente no les gusta. Y el juego no les gusta nada.
Puestos a poner coto o límites a la publicidad del juego privado, surge la pregunta ingenua: ¿Y que pasa con el público? Tocando este punto, los que tanto denotan las prácticas de azar, se quedan calladitos y hacen la vista gorda. ¿Quiere esto decir que no les preocupa en absoluto que Loterías del Estado tenga su programa en la televisión que pagamos todos y que la ONCE nos tiente con sus sorteos apetitosos desde todas las cadenas? ¿Debemos seguir soportando sin sonrojarnos el bombardeo mediático de unos juegos públicos que nos invitan con premios fabulosos a disfrutar del mejor de los sueños?.
Si los que nos gobiernan fueran coherentes y tuvieran una pizca de decencia, dos cualidades que en múltiples oportunidades no se dan, revisarían con criterios objetivos el tema de la desproporcionada publicidad de los juegos públicos. Puede admitirse que se ponga mesura o freno a la divulgación del público. Pero barra libre para unos y mordaza para otros tiene dos nombres: cinismo y desvergüenza.