Miren ustedes como se han puesto las cosas del juego que, de cara a las elecciones autonómicas y municipales previstas para el 26 de mayo, las gentes del sector parecen más preocupadas por lo que suceda en los ayuntamientos que en los gobiernos autónomos. Y lo que digo no es ninguna frivolidad, visto el rol intervencionista que está desplegando a toda vela unos cuantos municipios españoles. Para lo que el juego es esa especie de demonio que asa literalmente a las familias al ponerlas en la caldera de las apuestas.
Humoradas aparte, el color político que salga de los nuevos ayuntamientos, y por descontado que de las autonomías, tiene en estado de alerta al personal. Porque sabe de antemano que en cualquier caso no lo pasará demasiado bien, pero que el asunto puede agravarse en función de que la tonalidad, o tonalidades que manden, sean rojas, azules, naranjas, moradas o verdes, vaya constelación, se impongan sobre sus competidoras. Y del color o colores que tomen la batuta dependerá la marcha del negocio los próximos cuatro años.
Frente a semejante tesitura y escarmentados como están, los más viejos del lugar no quieren sorpresas. Porque siempre serán desagradables. Y optan por el piadoso: virgencita que me quede como estoy.