Autor

DESDE LA AVENIDA Juan Ferrer

Que me quede como estoy

23 de junio de 2016

Me lo dice un veterano del sector, curtido en mil batallas y que ha peleado lo suyo frente a las administraciones: “Lo mejor que nos puede pasar, visto el panorama político y conociendo a los que mandan, es que nos quedemos como estamos. Y no está de más rezar un poquito para que así sea.”, sentencia mi avispado interlocutor.

Lo cierto es que con los nuevos gobiernos autonómicos salidos de las últimas elecciones, en algunos casos integrados por podemitas o sus marcas blancas o apoyados por los antisistema, no conviene hacerse excesivas ilusiones sobre un futuro más prometedor para el juego. Que significaría liberarse de ataduras administrativas excesivas e impropias del tiempo que vivimos; abrir regulaciones incorporando criterios flexibles y medidas de futuro y pasando de los tratamientos casi policiales a los que demanda una industria consolidada, madura y cumplidora de sus obligaciones.

Dejamos aparte el tema impositivo, verdadero demonio capaz de sembrar el terror en el juego, del que se deriva el progresivo debilitamiento sectorial, porque tocando éste asunto hay que ir con mucho tiento. Ahí es donde, por lo menos, hay que rogar para que se cumpla la máxima antes mencionada: “Que me quede como estoy “.

El juego no puede privarse de su legítimo derecho a soportar una tributación más racional, menos opresiva, más acorde con su verdadera realidad socioeconómica, que no está para tirar cohetes a pesar de los tímidos repuntes observados últimamente. Pero ojo avizor: la izquierda, y muy en particular la integrada por elementos populistas, es amiga del guantazo fiscal, de apretar las tuercas impositivas. Y si a ésta propensión innata añadimos una escasa o quizás nula simpatía por el juego y sus negocios ya tenemos un escenario perfecto para darle leña al sector.
 
Por eso, y por decepcionante que pueda parecer, por más que suponga una renuncia a la lucha empresarial en defensa de unos intereses que no se han respetado, conviene andarse con prevención. Y palparse los bolsillos antes de explotar. Y echar mano de la templanza de ánimo para afrontar lo que viene. Pues a lo peor lo que más conviene es el aserto del amigo fogueado en el fragor de mil batallas: “que me quede como estoy” Por temor al descalabro que puede venir. Amén.