Me lo dice un veterano del sector, curtido en mil batallas y que ha peleado lo suyo frente a las administraciones: “Lo mejor que nos puede pasar, visto el panorama político y conociendo a los que mandan, es que nos quedemos como estamos. Y no está de más rezar un poquito para que así sea.”, sentencia mi avispado interlocutor.
Lo cierto es que con los nuevos gobiernos autonómicos salidos de las últimas elecciones, en algunos casos integrados por podemitas o sus marcas blancas o apoyados por los antisistema, no conviene hacerse excesivas ilusiones sobre un futuro más prometedor para el juego. Que significaría liberarse de ataduras administrativas excesivas e impropias del tiempo que vivimos; abrir regulaciones incorporando criterios flexibles y medidas de futuro y pasando de los tratamientos casi policiales a los que demanda una industria consolidada, madura y cumplidora de sus obligaciones.
Dejamos aparte el tema impositivo, verdadero demonio capaz de sembrar el terror en el juego, del que se deriva el progresivo debilitamiento sectorial, porque tocando éste asunto hay que ir con mucho tiento. Ahí es donde, por lo menos, hay que rogar para que se cumpla la máxima antes mencionada: “Que me quede como estoy “.