El último megaproyecto de ocio surgido para Madrid, y recibido alborozadamente como otro maná para la Comunidad, saltó a la actualidad informativa con el señuelo de los casinos. Ya teníamos otra vez en danza el hagan juego señores. Las ruletas girando, las maquinitas cantando y el dinero descendiendo sobre el territorio como lluvia de felicidad. Pasado el estallido de la carcasa inicial, revestida más de artificio que de enjundia, hay que remitirse a la realidad anunciada por los autores de la idea. Que han eludido en sus explicaciones sobre el proyecto la realización de casinos. No han hablado de casinos, ni siquiera han mencionado un sólo casino. Con extrema cautela se han limitado a anunciar que habrá “una zona de juego que no superará el 10 por ciento de las instalaciones”.
Del contenido del proyecto, expuesto a los medios informativos y a la Presidenta de la Comunidad, se desprende que el juego puede ser un apéndice, un complemento de la oferta de ocio pero que queda muy distante de sus principales focos de atracción. Mi opinión respecto a éste asunto, envuelto como todos sus antecesores con el papel de celofán propio de la fantasía, es que los cuentos de la lechera, visto lo acontecido hasta ahora, resulta difícil tragárselos. Que no conviene hacer repicar las campanas de la euforia. Que no es mala recomendación rebajar las expectativas ante un conjunto de materializaciones que están por llegar.
Los mendas que abanderan este proyecto, americano por más señas y amiguetes al parecer del presidente electo, el del peluquín dorado y oxigenado, han desembarcado con menos ínfulas que sus predecesores. Aquéllos cedían venir para regarnos con dólares pero previamente, sin soltar ni uno, nos exigían el oro y parte del moro. Estos, comedidos ellos, no piden nada en principio. Luego se verá en que acaba la aventura. Entretanto continuo pensando que las ilusiones respecto al futuro de la cosa no deben desmadrarse. Que es recomendable poner lindes a la euforia. Y que toda desconfianza es poca después de los hostiones que nos hemos llevado con tanto cuento de la lechera. Uno más fallido sería la leche.