El gobierno del Estado es muy dado a prohibir. Demuestra mucha afición por aplicar ésta medida. Que es propia de regímenes autoritarios y no de democracias consolidadas entre las que figura España. Al menos por el momento claro. Sin embargo ésta tendencia no suele aplicarla cuando los delegados de su cuerda autorizan manifestaciones de sesgo violento afines a su ideología política. O sea que en muchas ocasiones las prohibiciones son a la carta y en base a criterios cuestionables. No obstante quién manda pues ya saben.
En cuestión de prohibiciones la hostelería y el juego sufrieron en su día el tremendo varapalo de la Ley del Tabaco. Puñetazo económico dado en todo el estómago de éstos locales que todavía vienen pagando sus consecuencias. Fué aquél un garrotazo que llevó a no pocos negocios al cese y a otros los dejó tiritando.
Por si no hubiera bastado con la susodicha Ley el gobierno maneja ahora un anteproyecto para que no pueda fumarse en las terrazas de los establecimientos de hostelería. Que en su día se rascaron el bolsillo para instalar módulos bien acondicionados en las que el gusto por el tabaco estuviera libre de penalización. De llevarse a cabo la propuesta gubernativa las inversiones realizadas en su momento, de alto coste en determinados casos, han servido para poco o nada por la manía del ejecutivo de cercenar la libertad de miles de mediadas y pequeñas empresas para defender sus ingresos por la vía de lo recaudado en las terrazas.
Ayuso, la presidenta de la Comunidad de Madrid, fué con motivo de la pandemia una aguerrida defensora de la hostelería, a la que se pretendía estrangular y dejar sin respiración asistida. Hay veces en que las actuaciones del gobierno central parecen responder a una fijación paranoica con los actos protagonizados por Isabel del Oso y el Madroño y aledaños. Impedir que las terrazas de hostelería queden liberalizadas del humo del cigarrillo, con argumentos inconsistentes respecto a sus peligros sobre la salud pública, son un dato más de las tentaciones totalitarias de un gobierno que no se distingue precisamente por gobernar. Si por prohibir.