Autor

DESDE LA AVENIDA Juan Ferrer

Profesionales del abrazo

12 de enero de 2017

La efusividad es una demostración de afecto que en ocasiones se expresa de una manera natural y en otras manifiestamente exagerada. Esto se refleja de forma muy gráfica en los abrazos: los hay cálidos y sinceros y los que tras su alegre y desmedida aparatosidad te ponen en guardia, te hacen sospechar. No son los abrazos de la muerte, título cinematográfico con aromas de relato negro, pero encienden las luces de alarma.

El juego es muy dado a los grandes abrazos. He sido testigo de muchos de ellos, protagonizados por los genios del negocio que llevan años encaramados en la cumbre del éxito. Los ha habido para sellar acuerdos de un alcance económico de muchos, muchos millones. Otros han servido para restañar viejas heridas que el tiempo y el ánimo ayudan a cicatrizar. Y los más responden al talante de gentes espontáneas y extrovertidas que manifiestan con sus abrazos su propensión al gesto afectivo. 

Pero también suelen prodigarse los abrazos envenenados. Los dados a instancia de un talante en el que la falsedad esconde negros sentimientos. Y de ésa índole, por desgracia, abundan más de lo que sería deseable. Estoy cansado y no logro salir de mi asombro cuando contemplo como espectador ésos abrazos de oso de personajes que, momentos o días antes, te habían contado pestes del individuo al que rodean con sus brazos y al que no se cansan de palmotearle cariñosamente la espalda. Y gentuza que después de prodigar un abrazo que, por su carga de efusividad merece ser grabado a cámara lenta, te coge con posterioridad en un aparte y te dice que el abrazado es un hijoputa. 
 
Con éste comentario, escrito al hilo de una actualidad poco noticiable, no pretendo acabar con los abrazos. Solo advertir que algunos abrazos es mejor ahorrárselos, declinarlos, huir de ellos. Claro que a veces son ineludibles pero apreciables en su traidora amorosidad. Lo que permite una rápida autovacunación. Del que dirá el abrazador de oficio nos enteraremos luego.