Ha estallado la primavera, con un inusitado frío en las esquinas y un clamor de alegría en el corazón. Renace la flor del almendro, cantan los poetas sus versos de amor encendido y el aire nos trae aromas de jazmín que embriagan el pensamiento. Entramos de lleno en la estación del año que rejuvenece los paisajes, los humaniza bajo el reflejo de una luz que irradia las promesas de un tiempo nuevo. La primavera es la antesala incierta de la página lujuriosa que vendrá después, el temblor íntimo de los sentimientos que despiertan ante un ciclo propicio a la ensoñación, al cambio de indumentaria y al florecer de las pasiones. La primavera en sí misma es lirismo que alienta las creaciones: resurge con brío inusitado la naturaleza se atempera la mar y el sol sonríe con fuerza desde lo alto dándonos un abrazo cálido que se agradece.
La primavera es el pórtico sosegado de lo que está por venir. La página tibia que nos abre caminos de luz para ver y sentir. Atrás hemos dejado la estampa gris del invierno con sus atardeceres tempranos y sus fríos que dejan aterida el alma. Ahora estamos inmersos en la época propicia para reencontrarnos gozosamente con todo lo que de admirable tiene la existencia: la belleza verdeazul del mar, con la espuma de sus olas dibujando crestas blancas en el aire.
El reverdecer del bosque, con su sinfonía de colores rematada por los conciertos de las aves. Todo un mundo que emerge con brío y sirve para elevar la temperatura del ambiente y también la emocional. Porque la primavera es precisamente eso: emoción de vísperas, cambio de indumentaria, saludo alborozado, premonición de lo inédito que está por llegar.
Dispensen por el explayamiento. Recuerdo que medio siglo atrás, en mi segundo artículo publicado en prensa hablaba sobre la primavera. Y cantaba sus alabanzas para sentirla y disfrutarla. Lo mismo que hago hoy. Que les vaya bonito y no lo olviden: Es tiempo de flores, versos y amor. Mucho amor. Hasta más ver.