Hablo con el presidente de una asociación sectorial. Lleva muchos años en el cargo y es persona preparada y de la máxima solvencia. Viene desarrollando una meritoria labor desde su puesto en defensa de los intereses que representa y de los que tiene autoridad sobrada para informar y reivindicar. Le noto bajo de moral y se lo hago saber. Me responde que está cansado por su mucho tiempo y mucha entrega a la asociación por la que se está planteando pedir el relevo.
Quienes están al frente de las asociaciones asumen múltiples responsabilidades y servidumbres, una dedicación atenta al acontecer de cada día, un estar al servicio de los afiliados y sus peticiones sin que ello comporte, salvo contadas excepciones, retribución alguna. Es por tanto un ejercicio empresarial de carácter representativo.
Sucede que éstas funciones compensarían si se diera el reconocimiento debido al trabajo llevado a cabo. Pero por regla general suele ocurrir todo lo contrario: Los elogios a la tarea encomendada o no se dan o son cicateros por lo general mientras en voz baja nunca faltan las críticas en no pocos casos gratuitas.
He conocido a muchos presidentes de asociaciones y con algunos hice y mantengo amistad duradera. Y doy testimonio de que en contados casos fueron objeto de la gratitud a que se hicieron acreedores por su dedicación al compromiso adquirido, por sus muchas horas de entrega al cargo, por los múltiples quebraderos de cabeza derivados del mismo. El balance de la gestión realizada no suele saldarse con elogios y felicitaciones públicas. Es algo que muchos de los ejercientes saben que hay que asumir sin aspavientos. Y también la recepción de algún puyazo que otro. Es una norma habitual en los comportamientos asociativos. Los españolitos somos así de envidiosos.