La industria, por la vía del asociacionismo, cae en ocasiones en la tentación de invitar a políticos con brillo a sus mesas de debate. Una de las últimas apariciones estelares que yo recuerde fue la de Albert Rivera, aquél líder de ascenso fulgurante y caída libre, todo un caso de promesa efímera que demostró tanta impericia como sobrado narcisismo y que no paró hasta darse el gran guantazo. Hoy es un personaje pasto del olvido.
La presencia en la ocasión que cito de Rivera, que genero una lógica expectación, no pasó de cuatro mensajes de corte marquetiniano, las consabidas frases hechas apelando a la unidad y la fortaleza y poquito más. Los políticos no suelen mojarse en exceso cuando comparecen en determinados foros y mucho menos cuando de juego hablamos porque entonces se tientan la ropa antes de emitir opiniones arriesgadas. Rivera, como era de esperar, no fue una excepción y su intervención tuvo mucho de cohetería verbal y puro artificio.
Invite usted a un acto de la industria a un político que esté en la oposición y quizás rompa una ligera lanza, sin pasarse lo más mínimo, en favor del luego. Pero no dude de que si éste servidor público manda algún día no se acordará de nada de lo anterior y, si se tercia, propinara algún que otro golpe bajo al sector.
Conviene no engañarse. La política es, salvo excepciones, un ejercicio de adaptación a tiempos y circunstancias, de servidumbres y dobles juegos en los que un presunto servicio público queda subordinado a intereses de partido o personales. El trabajar por el bien general se difumina en muchísimos casos para actuar bajo consignas partidistas con fines espurios o simplemente sectarios.
Tras lo dicho supongo que entenderán que, en mi opinión, al sector la presencia en sus eventos de personajes políticos le reporta escaso o nulo beneficio. Al final todo se resume en cohetería verbal. O sea castillos en el aire.