Es tiempo de Pascua y obligado paréntesis. Tiempo que invita a olvidarse de la tiranía del reloj, de las reuniones de trabajo, de las estupideces de los políticos, de las vergonzosas manipulaciones de la tele, de la tabarra de la pandemia, de las mentiras del gobierno y de la guerra santa emprendida por la izquierda contra la Isabel que reina en Madrid y a la que no cabe dedicarle más epítetos denigratorios porque los han agotado.
Es tiempo de charanga, de empinar el cachirulo evocando con los nietos aquéllas tardes de Pascua a la vera del rio donde se merendaba a lo grande con bocadillos de lomo con tomate, la mona y las deliciosas torrijas hechas por la abuela. Días de expansión y alegría para saltar a la comba, jugar a las cartas sobre la alfombra verde de la hierba que bordeaba las orillas del río y apurar hasta ése atardecer teñido ligeramente de carmesí el gozo de una jornada doméstica de acento infantil y júbilo compartido.
Poniéndonos en tiempo presente, que es otro cantar y ha puesto en cuarentena no pocas tradiciones, no está de más en éstos días de asueto ponerse el mundo por montera y a pesar de las restricciones, de los confinamientos, de los cercos perimetrales hacerse cada uno y una su pequeño homenaje. Que puede consistir en tostarse al sol en la playa o la terraza, ensanchar el espíritu con la lectura, perderse por las frondas del bosque y escuchar la sinfonía de los pájaros, disfrutar de la gastronomía casera y compartir amigos y vivencias. O no hacer absolutamente nada y olvidarse por unas fechas de la dureza de lo que hemos pasado y de lo que falta por venir. A levantar la copa y brindar por una Pascua en concordia, fraternidad y alegría en los corazones. Que falta hace.