Tenía abierto el folio para escribir el artículo de hoy. Aunque procuro frenar mis arrebatos de indignación ante el momento político que vive España no me sustraía a la tentación de hablar sobre un gobierno en el que, desde la cabeza hasta la cola, mienten sus miembros sin ningún tipo de empacho. Incluso lo hacen con altanería, con desfachatez y muy pagados de sus contradictorios mensajes en los que aflora el aroma de la falsedad. Una situación que en cualquier país democrático y serio, España es lo primero y albergo serias dudas sobre lo segundo, se habría sustanciado con el cese del ejecutivo por vergüenza o por echarlo la oposición. Aquí ni hay vergüenza ni existe la oposición.
Reflexiono y declino la idea de ocuparme del asunto. Estoy hasta el gorro de asistir cotidianamente a la escenificación de un cuadro político, interpretado por actores de tercera fila, cuyos comportamientos, lenguaje, actitudes y hasta estética es lamentable. Ante una realidad tan poco edificante, que lo único que logra es encabronar al ciudadano que cree en la democracia, pero se siente absolutamente decepcionado por el ejercicio de la misma que hacen sus políticos, lo más recomendable es pasar. Abstraerse de una actualidad grosera, carente de altitud de miras, desprovista de ejemplaridad, falta de enjundia y de pensamiento.
Duele e irrita a un tiempo el panorama que nos toca vivir y padecer. Lo más recomendable es buscar alternativas. No poner los informativos de televisión, en particular los de la opinión sincronizada. Buscar los pasatiempos de los periódicos y entretenerse con los cotilleos de los digitales. Huir de las tertulias políticas, donde lo saben todo los paniaguados por los partidos, y divertirse con las series, aunque algunas sean insufribles.
Todo menos prestar atención a una clase política, con el mentiroso gobierno en cabeza, que abochorna al ciudadano por su bajísima cualificación. Plagada de analfabetos memorables. Que los hay.