Entramos en las fechas del buenismo. La simbología navideña da por sentado que son días para la zambomba, el turrón y el villancico; para el calor de hogar a la lumbre de los afectos que teóricamente deben robustecerse; para el reencuentro de la familia dispersa y el restañamiento de heridas u olvidos; para vivir unos días suspendidos alegremente en las burbujas del champán que nos introducen en un reino ilusorio y fugaz.
Son hermosas las invocaciones que se airean en tiempo de adviento y que llaman a la concordia y la solidaridad, a la paz y el amor. Recuerdo en éste punto a un amigo ya desaparecido, Rafael Morgado, locutor de Radio Nacional, que en una nochebuena al leer delante del micrófono unas palabras alusivas al significado cristiano de la velada subrayó: Paz en la tierra a los hombres de buena, y porqué no, mala voluntad. Que los hay, y de los que tenemos noticias a diario, de lejos y de los que nos tocan muy cerca. Y para los que, en la inmensa mayoría de los casos, de poco o nada sirven las recomendaciones fraternales que hablan de rendir los odios y proclamar victoriosamente el triunfo de los sentimientos que unen y hermanan a los pueblos, las familias y a los amigos y compañeros.