La derecha política ha estado en la oposición durante largos períodos en varias Comunidades. Cito la valenciana, balear, aragonesa y extremeña. El paisaje cambió de color tras las últimas elecciones autonómicas. Cuando no ejercían mando real alguno era habitual escuchar o leer declaraciones de diputados azules (PP) o verdes (VOX) mostrándose receptivos ante la exposición de problemas que afectan al sector. Se proclamaba de viva voz una voluntad expresa por oír y atender, por analizar y ayudar, por dar al juego un trato administrativo normalizado y no discriminatorio. Pintar como querer se llama eso. Una asignatura en la que los políticos, de toda laya y condición, se afanan por superarse para ver quién vende mejor su imagen, su marketing publicitario y su racimo de promesas. No importa que asuman de entrada que muchas de ellas se quedarán en el limbo del olvido.
El escenario es ahora mismo otro. Hay otros gobiernos, otros talantes y otros programas. Y los empresarios del juego privado, a los que en las autonomías anteriormente citadas se les ha zurrado de lo lindo, quieren creer, albergan la esperanza que es lo último que se pierde, que a medio plazo las palabras que en su día se pronunciaron, las invitaciones al diálogo y al estudio del sector y sus apremios se traducirá en hechos, en soluciones, en avances. Las palabras se las llevó el viento de un tiempo superado. Lo que pretenden las gentes del juego es abrir una etapa distinta con sus respectivas administraciones. En las que prime el diálogo, la cercanía, el enfoque de los temas sin influencias ideológicas. Aspiran a conquistar un tú a tú sin reservas ni exclusiones. Honestamente creo que no es pedir demasiado. Y de una atmósfera de entendimiento que es previsible que se produzca, los operadores aspiran a cosechar resultados positivos. De no ser así, se sentirían políticamente estafados. Y en grado sumo.