Lo que les cuento está basado en hechos reales como en las películas. Un chaval de quince años, hijo de un amigo y en mi presencia, es enviado por su padre a un despacho de Loterías en un centro comercial de Valencia. El encargo es comprar 20 euros del Euromillón que en el último sorteo daba un premio superior a los 200 y pico de milloncentes. El menor se persona en ventanilla, pide el billete, paga y sale de allí tan campante. Ni la empleada de la ventanilla ni nadie le solicita identificación previa antes de atender su petición. Todo discurre con aparente normalidad, es un decir porque estamos hablando de un peque de quince años al que se le abren las puertas del juego con absoluta desfachatez. Olé por Loterías y su sentido de la responsabilidad para impedir que colectivos vulnerables se inicien en las prácticas de azar.
Presencio éste alarde de total descontrol de SELAE y sus despachos y me topo con las declaraciones del ministro de Derechos Sociales, Consumo y Agenda 2030, un departamento de largo nombre y poco trabajo, que rompe una lanza por la trasparencia, seguridad y fiabilidad de Loterías y advierte de los peligros aditivos de las «tragaperras» -denominación arcaica y despectiva que desentierra Pablo Bustinduy – y de los juegos online. Y después de sus declaraciones el tío se queda tan pancho. Los voceros del gobierno siempre fieles al tratamiento inmaculado de SELAE y la ONCE y descargando todos los males sociales sobre el juego privado.
La cantinela de Bustinduy incide en que el juego que engancha es el de los premios inmediatos. Y se olvida de los rascas de la ONCE que se comercializan en todas partes y cerca de los colegios sin que ocurra nada. Con lo del juego público y semi existe un cinismo político de padre y muy señor mío. Y la verdad es que subleva ésta defensa a ultranza de unas prácticas y la condena por sistema de las otras.
Tanto machacar desde las instancias gubernativas sobre juego trasparente y seguro y te encuentras con casos como el del chaval, que no alcanza ni mucho menos la mayoría de edad, que adquiere billetes de SELAE tan campante y sin despertar la menor atención por parte de los empleados del despacho. Olé y Olé. Y que viva Loterías, modelo de un juego blanco y sin mancha. Esto último queda para los demás. Menuda cara.